Cuando una de nuestras mascotas muere te deja un vacío enorme, porque notas su ausencia en todas partes: no está ahí esperándote cuando llegas a casa, encuentras sus pelitos en los sillones, ves su plato de croquetas vacío, su correa colgada en la entrada, y su collar que ya no cuelga de su cuello.

Este es uno de los duelos más incomprendidos, porque no todas las personas le dan la misma importancia a sus mascotas, no todos los ven como una parte esencial de sus familias, y por eso es que habrá quien no entienda porqué estás tan triste, porqué te duele tanto que se hayan ido si «sólo es un animal», pero para las personas que valoramos ese amor tan incondicional y que entendemos la pureza de su compañía, sí es muy difícil navegar esa pérdida.

Hoy hace un año que mi hermoso Stout se fue de este mundo, y no dejo de extrañarlo ni un solo día. Aunque sé que sigue por aquí y de vez en cuando he llegado a escuchar sus patitas por la escalera, ya no puedo rascarle la colita ni ver sus hermosos ojos expresivos.

Stoutie fue un perrito maravilloso, sumamente valiente, no le gustaban los niños ni las personas mayores, aunque ese desagrado se fue yendo con los años. Tampoco le gustaban otros perros en la calle, pero dentro de la casa, era el mejor perro de todos: amoroso, tranquilo, él sólo quería dormir, comer y que le hicieran cariñitos en la panza. Lo amamos tanto, que le perdonamos las incontables veces que se hacía pipí en el piso. Eso y no aprender a hacer ni un solo truco eran sus grandes defectos.

Amaba su personalidad, era terco y sentido, si lo llevabas al veterinario o a que lo bañaran, te aplicaba la ley del hielo, te volteaba la cara si querías darle un treat como diciendo «me traicionaste y ahora quieres que te haga fiesta», pero al cabo de un par de horas efectivamente te perdonaba y volvía a ser amoroso, porque era sentido pero no rencoroso.

El maestro de la comodidad, siempre encontraba un espacio y se ponía en una buena posición para descansar a gusto, casi siempre sobre algún cojin o almohada, porque sus mayores talentos eran atrapar comida y descansar como rey.

A un año de tu partida, tu sillón sigue siendo tuyo, y mi corazón también. A veces todavía te llamo por tu nombre con el tonito que te gustaba, para que sepas que te sigo recordando con amor. Se supone que no debemos tener favoritos, pero siempre tuve un lugar extra especial para ti, nos entendíamos muy bien y disfrutamos mucho de nuestra compañía.

Sé que fuiste muy feliz y espero haberte dado la mejor vida posible. 11 años fueron muy poquitos para tenerte conmigo, pero los atesoro por siempre. Gracias por poner una sonrisa en mi rostro cada día sin falta. Hoy ya no estás aquí para moverme tu antenita cuando me ves llegar, ni para dar saltitos de felicidad cuando te servía tu comida, pero sí estas en mi corazón, y siempre lo estarás.

Para ti mi gordito, mi negrito, mi osito, Stoutie, Stoutsiano, Stout.

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